Vecinos
- Alberto Espinosa
- Dec 4, 2024
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Tengo un vecino antimadridista. Se empeña en demostrarlo cada vez que juegan los de Ancelotti y reciben un gol: grita con las ventanas abiertas incluso antes de que en mi televisión Courtois sea batido. Yo pensaba que era del Barça pues lo escuché por primera vez durante un Clásico. Nada más lejos: es de todos los equipos excepto de uno. Lo he escuchado celebrar goles del Villarreal, del Atlético, del Athletic, de Osasuna, del City… Todos contra el Madrid.
Mi vecino esquiva la felicidad. Parece alegrarse y alcanzar un extraño éxtasis cuando los de Ancelotti reciben goles, pero da la casualidad que este equipo no es un equipo sino un concepto inabarcable que no se puede plasmar en papel en su totalidad. Algunos avezados escritores contemporáneos –Marías, Jabois, Valderrama, Aznar, Ballester- tan sólo han conseguido acercarse un poco a la idea que da forma corpórea y brillante a un Real Madrid incapaz de hacer feliz al antimadridismo.
Volvió a demostrarlo en una noche de ensueño ante el grupo de jugadores que, reunidos y vestidos igual, más se parece a los Avengers: superhéroes de cómic capaces de arrollar a un tren en marcha. Se las prometía felices mi vecino. Pensaba éste, seguramente, que ya era hora, que ya estaba bien de la broma, que la suerte de Ancelotti no podía durar tanto, que la justicia divina caería sobre el Madrid como granizo: inclemente, fría, dolorosa.
Se las prometía felices mi vecino pensando que el City de Guardiola era un ciclón y que el nuevo Bernabéu, con su armadura metálica y su césped nuevo, caería por derribo en cuanto Haaland soplara con un poco de fuerza, como si el Madrid fuera la casa de paja o la casa de barro de uno de los dos primeros cerditos del cuento.
El antimadridismo, sin embargo, se dio de bruces contra la realidad, que no es otra que el Real Madrid son dos ruedas dentadas en movimiento: un sistema rígido pero compenetrado, duro como metal y extrañamente bello al que no puedes dejar de mirar en cuanto un diente se coloca sobre su espacio y después se mueve para que el siguiente diente se coloque en su espacio para que el siguiente diente se coloque en su espacio hasta que Camavinga saca el balón, se asocia con Modric, asiste a Vini Jr. y este se convierte por un instante en Zeus para soltar el rayo de todos los rayos y amaestrar a la fiera más fiera del reino de las fieras.
Pensaba el antimadridismo, equivocado, y con él mi vecino, equivocado, que este Real Madrid sería absorbido por el agujero negro que ha creado Guardiola en Manchester gracias a los millones de su club-estado, que el 0-4 era cuestión de 90 minutos y que no haría falta ni siquiera jugarse la vuelta.
Por mucho que piense y crea y considere y sueñe el antimadridismo, y con él mi vecino, que la realidad es el muro contra el que el Real Madrid habrá de estrellarse, éste se empeña una y otra vez en aguarle la fiesta con obras maestras dignas de los mejores y más borrachos escritores, incapaces de sujetar un bolígrafo ante el Girona pero firmadores del mayor legado literario -y futbolístico- de la historia.
Llegará o no la decimoquinta, jugará o no la final, pero el antimadridismo seguirá sufriendo una y otra vez ante un equipo que, como dice Jabois, es una época.
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