El Madrid es una primavera
- Alberto Espinosa
- Oct 26
- 3 min read
Sobre la belleza se ha escrito tanto que ya puede referirse a cualquier cosa. Umbral, por ejemplo, decía que la belleza es reiteración y lo que se reitera es bello por repetitivo. Hay cierta inteligencia en esta boutade: uno puede enamorarse de un equipo que pierde cada domingo. Por su parte, Jabois, en la novela Mirafiori, pone en boca de uno de sus personajes lo siguiente, sobre los cirujanos estéticos: “Confunden la perfección con la belleza, que es la falta de armonía y de simetría. La belleza es el error en el momento exacto”.

El Real Madrid ganó a la Juventus de Tudor, anterior y posteriormente conocida como de Turín, por un escueto 1-0 gracias a un gol de Jude Bellingham tras una fastuosa jugada de un Vinícius empeñado en la reconversión: si no puede ser búfalo, si no hay pradera para correr, será antílope en huida de mordiscos y patadas.
Fue un Madrid eficaz y antiguo, como dicen en El País, sostenido por tres piezas que nos retrotraen a 2024. Acabó, como mandan ciertos cánones, pidiendo la hora, con Thibaut Courtois deteniendo varias acometidas de peligro cuando el rival, vivo de milagro, creyó que puntuar en el Bernabéu estaba al alcance de cualquiera.
Nos aburrimos en una primera parte burocrática en la que la Juventus, sin balón y sin ganas de tenerlo, se dedicó a cerrar espacios y a bregar, con la esperanza de que el local se impacientara y cometiera un error. No fue el caso. El Madrid paseaba el esférico por el campo esperando un haz de luz, como quien mira por la ventana cada mañana soñando con guardar el abrigo en el armario, con el retorno de los pájaros y la manga corta.
Por fin, tras el descanso se acrecentaron las urgencias: llegaron entonces los espacios, las praderas abiertas, florecieron las amapolas y el Madrid pudo correr. Mbappé, con cincuenta metros de césped por delante, es un estornudo. Las alergias aumentaron en el Bernabéu, y hubo quien se enamoró locamente de Güler, o del Valverde que podría ser un lateral antológico, de un Asencio mártir encaminado al perdón, de un Carreras que reconforta como unas sábanas limpias, de un Tchouameni reverdecido.
El Madrid fue una primavera momentánea, un error en la pizarra, una combustión, un estornudo, un cuerpo asimétrico y profundamente bello
El Madrid, con espacios y urgencias, es una primavera. Se abrió el Bernabéu y volvieron los pájaros y las ganas de vivir. Con espacios, los de Xabi Alonso ganaron en profundidad y en instinto asesino. Aparte del gol, de sobra merecido, merecieron dos o tres más, pero un Di Gregorio inspirado contuvo una estación desbocada que pretendía convertir el mundo en un niño que se sabe poemas de memoria, como escribió Rilke.
Acabó el partido y volvió el otoño, este octubre que anuncia otro cambio horario en España y que mira de reojo un nuevo Clásico, para muchos definitivo y determinante, que será otro Clásico viejo, como todos. Frente a nosotros, la puerta del invierno.
No obstante, ayer fue primavera por un rato, olimos la tierra húmeda y el polen y escuchamos a insectos hacer el amor y vimos la lluvia en una tarde soleada y el sol en una tarde lluviosa. El Madrid fue una primavera momentánea, un error en la pizarra, una combustión, un estornudo, un cuerpo asimétrico y profundamente bello que, precisamente por reiterado, nos sigue embelesando.



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