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Un Clásico de vértigo y misericordia

  • Writer: Alberto Espinosa
    Alberto Espinosa
  • Oct 28
  • 4 min read

Dijo, en cierta ocasión, Javier Aznar: “Perder el vértigo puede ser peligroso”. Me pareció inteligente. Lo apunté. Asomarse al precipicio sin sentir un vuelco en el estómago, como mínimo, te invita a acercarte un poco más. En algún momento, haber perdido el miedo será la causa de unos sesos esparcidos unos cuantos metros más abajo.


Quizá sea el caso de Lamine Yamal. Quién, con dieciocho años recién cumplidos, multimillonario, encumbrado casi a la altura de un Dios, sería capaz de mantener las suelas de los zapatos lejos del precipicio. En algún momento de la semana pasada, rendido al aplauso y al cachondeo, confundió una manifestación pública con una quedada de colegas. Fue lo que dijo y también cómo. Llamó a la ira y al fuego.


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Ganó el Madrid con un 2-1 que mereció ser 3-0. Le perdonó la vida. Sin embargo, pudo ser 1-1 e incluso 2-2 porque no hubo forma de sentenciar el Clásico: sorprende que esta manada de búfalos en estampida no sea capaz alimentarse con grandes bocados. Hizo méritos para ello, pues en apenas un cuarto de hora ya se le había pitado y anulado un penalti a Vinícius, que en el área contraria habría sido un clamor en análisis y tertulias, y un gol a Mbappé por un fuera de juego imposible por milimétrico. Por qué será que me viene a la mente una cita de David Gistau: “Fue peor que un crimen, fue un error”.


Poco después, con la funesta sombra arbitral sobrevolando el Bernabéu, y con el estadio cantando algo sobre corrupción en algún sitio porque alguien pagó a no sé quién durante muchos años a cambio de quién sabe qué, apareció Jude Bellingham. A pesar de que fue señalado como el elefante en la habitación, sobre todo después de perder en el Metropolitano, el inglés sirvió, ahora sí, el 1-0 a Mbappé. De repente, la primavera de nuevo. Los blancos volaban y alguien masticaba la idea de la goleada, de la noche histórica, de anuncios de Uber Eats en los que un futuro exjugador del Madrid le habla de manitas a otro del Barça, y no al revés. Pudieron ampliar la ventaja Huijsen, Vinícius y Bellingham, pero fue Fermín el que empató el partido. Pensamos que la vida nos va a deparar algo asombroso, pero en el momento menos esperado sobreviene la desgracia.


Ganó el Madrid con un 2-1 que mereció ser 3-0. Le perdonó la vida. Sin embargo, pudo ser 1-1 e incluso 2-2 porque no hubo forma de sentenciar el Clásico: sorprende que esta manada de búfalos en estampida no sea capaz alimentarse con grandes bocados


Con el Madrid herido, los de Flick pudieron remontar y tuvieron opciones para ello. Apareció Courtois, otro al que habrá que colocar de forma juiciosa en el santoral blanco en algún momento. Sus paradas dieron opción a que, al borde del descanso, Bellingham marcase el 2-1 después de que Vinícius pusiera a bailar a Koundé. Dio tiempo incluso, antes del descanso, a que se le anulara otro gol a Mbappé, esta vez demasiado claro como para ponerse a recordar. Son montañas nuestra memoria.


También evidente fue la mano de Eric García con la que se inauguró la segunda parte. Mbappé, desde el punto de penalti, eligió susto en vez de muerte y su disparo tuvo más potencia que puntería: Szczęsny metió la mano e hizo un paradón. El fracaso no es optativo, como dice Diego Garrocho, ni siquiera para el mejor delantero del mundo.


Así el partido fue embarrándose. Las ocasiones comenzaron a espaciarse: sólo Fermín parecía capaz de empatar y sólo el límite del reglamento de evitar la tranquilidad local. Pasada la hora de partido, otro fuera de juego anuló un gol de Bellingham. Llegaron los cambios y con ellos la polémica: a Vinícius no le gusta irse al banquillo, menos cuando quedan veinte minutos por jugarse, menos si el Barça está enfrente, menos si se ve con opciones de marcar un gol. Tampoco le gusta al brasileño defender mucho, por lo que cuando Xabi Alonso vio que el equipo flaqueaba por su lado, tomó decisiones a costa de complicarse la vida.


Vinícius se fue despotricando contra el banquillo con una cámara y un foco bien grande en la cara. Los lectores de labios contratados por las televisiones se frotaron las manos: hoy se cena, dijo alguno. El brasileño está sosteniendo una industria entera. Dijera lo que dijera, habrá que solucionar su indisciplina: no se puede consentir, por el acto en sí, pero sobre todo por los precedentes que crea.


No se jugó mucho más porque el Madrid cedió el terreno, el balón y las ganas. Así las cosas, para terminar de condimentar el primer Clásico de la temporada hacía falta un tumulto sabroso. Los ingredientes ya estaban, se había encargado de ellos Lamine Yamal, así que cuando el 2-1 fue definitivo, recibió la receta de viva voz de unos cuantos madridistas que creyeron ver justicia en la venganza. Alguno quiso, e incluso quizá debió, dársela también por escrito pero para eso habría que, como pedía el catalán, haberse visto en el túnel de vestuarios, donde luego, por fortuna, o no, nunca pasa nada. Lamine Yamal, dieciocho años, graduándose pronto en gesticular demasiado.


El Madrid ganó sólo 2-1. La tangana final y el cambio de Vinícius atrajeron la atención de todos, también de la grada. Nadie pareció reparar en que sobró compasión. El Barça ofreció el cuello pero no fue ajusticiado. La última franja del partido fue un sinsentido teniendo en cuenta las posibilidades de cada uno. La herida del año pasado aún supura como para ser clemente. Un equipo sin vértigo se asomó al precipicio, demasiado, por fin, pero no hubo nadie para cobrar venganza. El día del Clásico coincidió con el de la misericordia.

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