Por qué ya no queremos nueves
- Alberto Espinosa
- Dec 4, 2024
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Uno de los personajes de Meridiano de sangre (Cormac McCarthy, 1985) dice en algún momento de la novela que hay menos felicidad en la taberna que en el camino que conduce hacia ella. A menudo, alcanzar los objetivos sólo significa más frustración pues los destinos no suelen ser como los hemos vaticinado días, semanas, meses, años atrás.
Sin embargo, en un porcentaje ínfimo de las ocasiones, algunos privilegiados encuentran en la taberna la misma felicidad o incluso más que la que habían anticipado durante la senda que les llevó hasta allí. Son raros los casos, casi únicos, admirables por su escaso alumbramiento y por ello nos fascinan. Hay en estas personas un aura casi mágica, como si estuvieran tocados por una varita o como si su código genético contuviera el secreto que el resto ansiamos.
Son capaces de llegar y de besar el santo mientras los demás aún buscamos la puerta de la iglesia.
Lo llamamos suerte, a veces, porque no sabemos cómo se llama ni qué es ni para qué sirve de forma concreta. Es un componente desconocido y casi místico que experimentan muy pocos hombres y mujeres en el universo conocido. Si te encuentras con uno de estos especímenes quizá puedas reconocerlos porque a veces llevan el 9 a la espalda.
Hablo de los delanteros centro a los que se les caen los goles. Son tipos y tipas que están donde tienen que estar cuando tienen que estar: justo en el momento y en el lugar exactos en el que un balón va a quedarse en posición franca para ser cabeceado, empujado, chutado, acariciado, besado o golpeado para acabar dentro de la portería. Y en particular, hablo de uno de ellos, que encontró la felicidad en la taberna nada más abrir la puerta: Joselu.
A punto de cumplir 33 años, el delantero del Español fue convocado por primera vez en su vida con la Selección Española de Luis de la Fuente. A punto de cumplir sus dos primeros minutos en el campo vistiendo la camiseta rojigualda, contradiciendo al menonita que espetó lo de la taberna, el camino y la felicidad en Meridiano de sangre, cabeceó un centro al área de Fabián para marcar su primer gol como internacional. Y poco después le fue revelado por alguna divinidad lejana el lugar donde iba a estar segundos después el balón tras salir de las botas de Oyarzábal para encontrar una posición franca de remate y anotar su segundo tanto, el 3-0 de la noche ante Noruega.
Mientras la vida se nos escapa en los caminos polvorientos que conducen a nuestras tabernas particulares, hay tipos y hay tipas a los que su genética les abre sus puertas de par en par para encontrar dentro cualquier cosa que anduvieren buscando. Son los privilegiados por los que, se dice, hay que invertir en el fútbol. El gol se paga caro espetan quienes, conocedores de esta teoría, saben que existen entre nosotros personas capaces de invertir las reglas del juego, o saltárselas, o crear otras diferentes, de llegar antes a la taberna por un atajo que sólo ellos conocen o de situarla en el próximo cruce con tan sólo imaginarlo.
Hemos apartado a estos jugadores de las grandes portadas y de los más brillantes focos para apostar por falsos nueves o por líneas móviles o por delanteros que se asocian para fabricar un fútbol moderno en el que hasta el utillero tiene que ser capaz de bajar un balón y pasarlo a un compañero. Hemos olvidado que aún existen hombres y mujeres que controlan algunas reglas del mundo y que son capaces de hacer fácil lo que para cualquiera es imposible aunque, por contra, no puedan ejercer de mediapuntas o de extremos o de correr cien metros en doce segundos de contragolpe.
Quizá aún estemos a tiempo de recuperar a este nueve clásico al que sólo se le da bien el noble arte de rematar centros al área.
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