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Lo que el artificio esconde

  • Writer: Alberto Espinosa
    Alberto Espinosa
  • Dec 4, 2024
  • 5 min read
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Dos meses después de que se hiciera público que la Fiscalía anda tras una serie de pagos que el FC Barcelona realizó durante casi veinte años al número 2 del Comité Técnico Arbitral, el máximo mandatario azulgrana consideró que ya estaba bien, que era el momento, que ya estaba todo ordenado, lo que estaba y lo que ya no estaba, lo que habían podido meter en cajas y en cedés y lo que habían preferido que no; consideró también que su gente de compliance, la gente de compliance del Barcelona, un departamento de compliance propio pagado por el Barcelona y formado por trabajadores del Barcelona; había terminado por fin de llevar a cabo su particular investigación, de la que, por supuesto, no se extrae nada punible.


Si acaso, como mucho, pueden reconocer una actitud levemente reprobable. Fue la única concesión que se atisbó de la comparecencia de Laporta, quien en un instante concreto, digamos de debilidad, mostró ciertas dudas sobre si le parecía ético haber pagado a una empresa de o a una empresa relacionada con Enríquez Negreira, repito, número 2 del Comité Técnico Arbitral hasta 2018. Reconoció el presidente-político, o mejor dicho el político-presidente, que a lo mejor ahora no se harían las cosas igual… pero que en cualquier caso la decisión la tendría que tomar su equipo de compliance, repito, un departamento de compliance del Barcelona compuesto por trabajadores del Barcelona pagados por el Barcelona.


Todo queda en casa. También la ética deportiva.


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No dudó mucho, es verdad. Fue con la boca pequeña, es verdad. Más tarde se empeñó Laporta en nombrar una y otra vez, compulsivamente casi, a Enríquez Romero, a la limón parte activa e hijo de su padre, como autor único de los informes deportivos para el club y que son el objeto del intercambio económico, según el político-presidente. En su legítimo derecho de legítima defensa, redujo esta maraña de apariencia corrupta en un ir a la tienda a comprar el pan, aunque sea uno muy caro y fuera de mercado. Se empeñó Laporta, decía, en mencionar una y otra vez al señor Enríquez Romero, como si Negreira no fuera el titular de Dasnil 95, la empresa con la que le facturaba al club azulgrana por esos informes arbitrales de vergonzante redacción y escaso folio, que podían costar entre dos y cuatro salarios mínimos. Cada uno.


Fue, no obstante, la única explicación plausible. En lo demás puso los barcos al frente. Se sacó del bolsillo de pronto a la UEFA, al Real Madrid, a Franco, a Tebas, a la catalanidad y al abandono que ha sufrido, consecuencias de una estratagema comunicativa propia de un partido político que trata de evitar que se hable del asunto que teme lanzando fuegos de artificio a su alrededor.


Sorprendió, en primer lugar,, por sobrada y por babosa, la mano en la espalda que arrulló Laporta sobre Ceferin en un arrastrarse de épicas proporciones, en un peloteo que casi provoca el vómito, entre cuyas líneas podía leerse una súplica desesperada: No nos echéis de la Champions League. Los misiles hacia la máxima organización europea del fútbol los reservó el político-presidente para LaLiga. Tebas fue, por contra, acusado de fomentar la campaña de descrédito como venganza porque el Barcelona no aceptó el acuerdo entre la competición y el fondo CVC, como si una investigación formal de la Fiscalía por supuesta corrupción del estamento arbitral fuera tan sólo un capazo de tweets escritos por bots en un almacén de Armenia.


Luego llegó el turno de azuzar a los perros con un pedazo sangriento de carne. Tras pasar al ataque con Tebas y con LaLiga, el político-presidente, máximo mandatario de la institución deportiva más protegida por un gobierno autonómico de todo el país, acusó al Real Madrid de “cinismo sin precedentes” al personarse en la causa como acusación particular. “A ver si el Madrid no se ha aprovechado nunca de errores arbitrales”, pensó Laporta, como si eso, siendo verdad, estuviera al mismo nivel que ser investigado por unos sospechosos pagos al número 2 del Comité Técnico de Árbitros durante más de quince años.


No faltó a la cita Francisco Franco. Era el esperpento que faltaba: esgrimir que el Madrid era el equipo del Régimen (¿?) casi cincuenta años después de que el dictador muriese. Cómo puede el Madrid quejarse, se pregunta Laporta, cómo puede si cuando Franco mandaba, ganaban por decreto. Si robaron 14 ligas en sus 36 años de yugo mientras que el Barça sólo ganó 8. Si era el equipo del régimen, esgrime el político-presidente sólo horas antes de que la portavoz de la Generalitat comparezca ante los medios para solicitar a un equipo de fútbol de otra comunidad autónoma que retire un vídeo de sus redes sociales (¿?). El equipo del régimen.


El político-presidente, más político-presidente que nunca, ya más político que presidente, si me apuras, esgrimió después el erosionado concepto de catalanidad. Mientras Laporta trataba de jalear a las masas y de azuzar a sus perros contra todo y contra todos, encendiendo el ventilador frente a la mierda, situándose en el papel de víctima perseguida una vez más por el simple hecho de ser catalán (¿?), el resto de españoles, catalanes o no, observábamos atónitos cómo el Barça se defendía de forma tan grosera del entramado de corrupción que mancha para SIEMPRE al mejor Barça de SIEMPRE. Y que pone en duda, por cierto, la limpieza de la competición, el dogma que nos sienta en la grada cada domingo.


Y se quejó Laporta también de sentirse solo. Dijo que habría agradecido que algún presidente le hubiera llamado. Para darle ánimos, supongo. ¿Te imaginas? Hola, Joan. He sabido que os acusan de intentar sobornar al número 2 del Comité Técnico Arbitral. Vamos, de intentar mangarnos al resto. De conseguir ventaja pagando, Joan. Mucho ánimo, Joan, fuerza. Confío en ti, Joan. ¿En qué universo paralelo se habría producido esta conversación? Lo lógico en un mundo lógico, fuera de la mente del político-presidente, hubiera sido que Laporta llamase uno por uno a todos los presidentes para darles explicaciones, negarlo o no, decir lo que tuviera que decir, defenderse si así lo considera. Lo contrario es ponerse de nuevo el disfraz de falsa víctima, de club perseguido (¿?), azuzador de perros, manipulador de cabezas huecas, sombría parte del mayor escándalo de la historia de nuestro fútbol.


La guinda ha sido la consecuencia. Demasiado ruido posterior, fomentado también por el Madrid, ante una cuestión menor, la de cuál era el verdadero equipo del régimen. Y demasiado poco ruido en torno a unas explicaciones que aclaran poco y que casi exigen un ejercicio de fe en el político-presidente y en la limpieza de una competición que es deporte y es industria, con todo lo que eso conlleva y arrastra.

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