Un verdor terrible; una noche terrible; unos treinta terribles
- Alberto Espinosa
- Dec 4, 2024
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“El efecto del cianuro es tan fulminante que solo existe un testimonio de su sabor, dejado a principios del siglo XIX por M. P. Prasad, un orfebre indio de 32 años que alcanzó a escribir tres líneas luego de haberlo tragado: “Doctores, cianuro de potasio. Lo he probado. Quema la lengua y sabe agrio”, decía la nota que encontraron junto a su cuerpo. La forma líquida del veneno es volátil, hierve a los 26ºC y deja un ligero aroma almendrado en el aire, dulce pero levemente amargo, que no todos logran distinguir ya que se requiere un gen del que carece el 40% de la humanidad.” Un verdor terrible, Benjamín Labatut.
No sabía cómo empezar este artículo así que he adoptado y retorcido una frase de Let B. Díaz en su último número de Lo que me apetece para definir al que yo creo que es el lector medio de Un verdor terrible: un madrileño que deambula sin un rumbo claro por las calles del centro de su propia ciudad rodeado de decenas de zombis atribulados por los adornos navideños y las luces festivas de la capital de España. Todo es movimiento, todo es confusión, todo es bello.

Un verdor terrible es el centro de Madrid en Navidad: un lugar confuso que te acaricia y te susurra al oído palabras cálidas de amor. Un túnel sin final aparente, como los que apuñalan la ciudad, que te acuna y te protege. Un exótico placer.
Benjamín Labatut novela en Un verdor terrible, título en español de When we cease to understand the world, varias historias icónicas de la ciencia del siglo XX. Alrededor de personajes reales como Heisenberg y Schrödinger, el autor chileno enmaraña una tela de ficción en la que los hechos históricos se suceden a buen ritmo y sin piedad alguna hacia el lector, quien, confundido, enterado o no, pasará una página tras otra llevándose las manos a la cabeza y preguntándose una y otra vez qué es verdad y qué es producto de la imaginación del autor chileno.
Labatut experimenta en Un verdor terrible y evoluciona del casi ensayista al casi novelista. Comienza con Azul de Prusia, un capítulo en el que la historia, lo real, prevalece sobre la ficción. Promete ser un ensayo brillante. Precisamente es la parte que acaba dando título al libro en castellano, frase esta, un verdor terrible, que culmina de manera brillante un pasaje fabuloso. Pero luego el escritor se deja sumergir en las mieles de la ficción. Empieza con un poco, y luego un poco más, y después más, hasta que comprobamos que estamos leyendo acerca de los pensamientos, anhelos, deseos y miedos más íntimos de los físicos más reputados del siglo XX.
¿Y cómo demonios sabe Labatut todo eso?, se pregunta uno en cierto momento del libro, intuyendo, dudando, no dando nada por sentado. Con la calma de las letras acaba por entender la fusión, el juego, la experimentación, dejándose llevar.
En el caso que aquí nos ocupa, a partir del descubrimiento del azul de Prusia, el escritor chileno Benjamín Labatut nos lleva hasta el último concierto que dio la Filarmónica de Berlín el 12 abril de 1945, antes de la caída de la ciudad, y que terminaría de manera muy apropiada con el aria de Brunilda de Richard Wagner. Toda una banda sonora para lo que vendría poco después, cuando los niños de las Juventudes Hitlerianas, cargados con cestos de mimbre, repartieron cápsulas de cianuro como si fueran caramelos. Montero González, en El País
Un verdor terrible se disfruta mucho porque, al margen de la confusión que genera caer en la tela de araña y del desconocimiento que muchos tenemos sobre física cuántica, Labatut consigue aterrizar a sus protagonistas, convirtiéndolos en humanos, cogiendo de aquí y de allá para construir un escenario, de aquí y allá para fabricar un conflicto, de aquí y de allá para escribir un ensayo que se lee como una novela y una novela que se lee como un ensayo.
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